Editorial Nº2

. sábado, 10 de mayo de 2008
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No son tiempos sencillos; la política en nuestro país y en nuestra provincia particularmente presenta cada día más y más aristas cuya complejidad tienden, a veces, a hacernos olvidar cuales son los objetivos principales y cuales los secundarios. Además, como si ya esto fuera poco, es evidente que Argentina está puesta en uno de esos momentos bisagra de la historia, donde muchos de nuestros sueños empiezan a iluminarse, pero también salen a la luz muchos de los enemigos naturales del proyecto nacional y popular.


Quizás por eso es crucial combinar la inteligencia con la audacia, evitando caer en maniqueismos artificiales y principalmente hacer un esfuerzo importante para contener a la mayor cantidad de cordobeses y cordobesas que miran esperanzados hacia el futuro. Pero aclaremos las cosas: no se trata de abocarnos a amontonar voluntades contradictorias sino a trabajar para unir y fortalecer esta unidad a través del debate y la discusión franca. Nadie va a negar que es difícil, porque siempre es más sencillo sentarse sobre un pedacito de verdad desde donde se pueden uniformizar forzadamente los matices, que aceptar y enriquecernos con la diversidad de colores en la búsqueda de un objetivo común.

Y quien crea que esto es solo una declaración voluntarista y poética que mire hacia el pasado, que observe con atención todo el tiempo que hemos perdido en discusiones que el tiempo y la brutal realidad han demostrado que fueron estériles y contraproducentes. De lo mucho que hay pendiente por hacer en nuestra provincia y en nuestro país nosotros también somos responsables y es un acto de adultez política asumir esta obligación con inteligencia y compromiso vital.

Esto significa identificar con claridad al enemigo pero separándonos de cierta proclividad a marcar más las diferencias que las coincidencias entre nosotros y reconociendo que si bien ya hemos recorrido una parte del camino lo que falta es mucho y escabroso.

Para llevar adelante con éxito este proceso, es central analizar los obstáculos que en el pasado se han puesto para tratar de frenar nuestro andar. En cada oportunidad en que hemos entreabierto la puerta a las reivindicaciones populares nos hemos enfrentado con la fuerza de quienes no quieren cambio alguno y defienden sus privilegios aún a costa de poner en riesgo las bases de un sistema que solo sostienen formalmente.

Eso pasó con la Reforma Universitaria del 18, con el Cordobazo, con la riquísima experiencia sindical y política de los años 70 y también con el reciente fraude electoral del 2 de setiembre de 2007. Hemos visto a muchos de nuestros mejores compañeros y compañeras enfrentarse al descrédito público o al ninguneo del stablishment por el solo hecho de levantar las banderas populares de la justicia, de la lucha contra la corrupción, la defensa del patrimonio estatal o la dignidad del salario y el trabajo honesto. Pero de la misma forma los hemos visto levantarse de nuevo para demostrar que no estaban equivocados, y que aunque a veces nos traten de convencer de que estamos el final del camino pronto descubrimos que no hay derrotas definitivas y que cada victoria, por pequeña o grande que sea, nos impone nuevas metas, más altas y más urgentes.

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