No somos como nos vemos

. lunes, 22 de septiembre de 2008
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Escribe: Luis Gregorati

La construcción en la política, la cultura y lo social, se trasladó de la ciudad misma a una pantalla. Así es como los medios nos muestran un modo de ser y desarrollarnos que responde a la aniquilación de los diferentes. A propósito del Día Internacional de la Diversidad Cultural y de cara al Bicentenario de nuestra nación, retomemos la idea de una ciudad sin fronteras duras, reinvindicando los diversos modos de ser de cada habitante de Córdoba.

Córdoba nunca fue una ciudad homogénea, por lo que jamás pudo definirse culturalmente uniforme. Sin embargo, y en un paralelismo con el ideario de nación, esta ciudad se pasó la vida disimulando orígenes, escondiendo bajo la alfombra de los gobiernos las diversas etnias, licuando o liquidando disímiles identidades, reduciendo grupos sociales con sus tradiciones, acuñó para nostalgia actual rótulos como el de “docta”, pero el tiempo y la historia se han encargado de mostrarnos en la cara que no somos puros, que el berretín de una sociedad de sabios eruditos es apenas eso, un berretín, que los hermanos originarios están allí parados firmes sobre el orgullo, que los inmigrantes bolivianos, peruanos, paraguayos pueden soportar el trabajo y la explotación con más dignidad que quien la genera, que la música de raíz cuartetera generará siempre miles de adeptos más que su club de detractores, que cada una de esos fragmentos de la sociedad cordobesa -como tantos otros más- constituyen una riqueza y una posibilidad de transformación para el buen vivir de Córdoba. Y que cada vez que lo neguemos, daremos un paso atrás en la construcción de una ciudad verdadera, para todos, sin fronteras urbanas infranqueables, con menos violencia, con una idea de concordia y bienestar.

Una tarea nada fácil, pues además de toda esa riqueza de identidades mal considerada pobreza a los ojos del sistema, existe una expresión cultural que encarnan los humildes, y que aún no puede quitarse de encima el estigma del “cabecita negra”. Ni siquiera son manifestaciones pensadas desde las políticas culturales más que como la expresión de “los negros” o esa depreciada “subcultura de los barrios”. Pero la ciudad debe plantearse seriamente su gestión teniendo en cuenta la diversidad cultural, como un modo de garantía de que todas esas expresiones en las que se encuentra fragmentada Córdoba tengan la posibilidad de existir, de tener visibilidad, reconocimiento, como una estrategia para no caer en la violencia como único testimonio de pertenencia, y como aval de la voluntad de ser en medio de una sociedad que les hace difícil la vida plena.

La necesidad de planificar calendarios y políticas públicas sobre el eje de la diversidad cultural no implica trabajar simplemente en el supuesto ámbito de la cultura. Abarca la esfera de lo político, económico y social de manera rotunda. Pues la negación histórica y sistemática de la diversidad, mantiene hoy una colección de nuevos marginados, desconectados, diferentes y desiguales. Por ejemplo, en la ciudad de Córdoba, conocida antigua y excluyentemente como “la Docta”, existen miles de casos de jóvenes que se desempeñan en distintos trabajos que fijan sus domicilios en casa de un abuelo o tío, para no revelar su barrio de origen. Existen cientos de jóvenes que no pueden acceder a oportunidades de empleo por problemas de documentación, y son empujados por la realidad a ocupaciones como la venta de DVD`s truchos, mercadería de contrabando, o directamente estar condenados a las razias laborales por carecer de otra oportunidad que no sea el comercio ambulante. Estas prácticas cotidianas han impuesto culturalmente un sentido de nomadismo, de desterritorialización, que los vincula a las mismas condiciones que los inmigrantes y a las personas discriminadas por cuestiones étnicas. En definitiva, es otra de las tantas maneras de cómo la ciudad levanta muros en contra de sus propios habitantes.

Y lo que es más problemático, los ghettos, los barrios inexpugnables, es más frecuente que su construcción venga desde afuera, desde los medios y por medio de la industria cultural, al no tener ellos –sus habitantes- las herramientas para construir su propia identidad, sus símbolos, su representación, orgullo personal y grupal.
A ver si somos claros, la diversidad cultural (un concepto esencial, impulsado de manera reciente con una Declaración en 2001 con la Convención de la UNESCO en 2004) no debe imponerse simplemente porque el diálogo entre gente diferente suena bonito, atractivo y exótico. Tampoco debe implantarse porque es un ejercicio de tolerancia y reconocimiento del otro. Ni más, por ofrecernos un entendimiento de la complejidad de la que es fruto cada ciudadano en la actualidad. Sí debe plantearse por todo eso junto y porque la falta de reivindicación de los grupos sociales, su omisión o su falta de integración a la ciudad por parte de los gobiernos, equivale lisa y llanamente a ofrecerlos como objetos de las más variadas formas de explotación a que puede someterlos el mercado.

De allí que innumerables ciudades y estados han comenzado a modificar y replantear su “historia oficial”, para trabajar en políticas públicas de inclusión de grupo étnicos, inmigrantes, desiguales, diferentes, “negros”, “morochos”, “amarillos”, “rosas”, originarios. Es preciso reconocer su capacidad de creación –como por ejemplo el cuarteto, los artesanos, los ballets folklóricos, las murgas, el hip-hop, los comparseros... -, es preciso abrirles el camino a que constituyan imágenes poderosas de sí mismo, a través de la gestión asociada, en alianza con políticas sociales, en financiamientos privado de programas que garanticen la gobernabilidad, en calendarios artísticos que promocionen la inclusión, en el diseño de industrias culturales que ofrezcan alternativas de trabajo y creación.

De hecho que la implementación de la diversidad cultural implica la inversión financiera de parte del estado, en todas sus versiones. Inversión, para la cual los municipios argumentan no tener un centavo. Pero eso no es una razón seria en el mundo actual. Unos años atrás un colega de la ciudad de Dakar (Senegal), me decía que la Diversidad Cultural es un lujo de Europa. Pues las ciudades europeas pueden disponer de presupuesto para financiar el arte local ante el avasallamiento norteamericano y global. Puede ser, pero nadie nos obliga a convertirnos en víctimas. Articular demandas, hilvanar creaciones, consensuar necesidades, construir con la paciencia, es una posibilidad que es preciso protagonizar. Esto es algo probado, ya se dieron los primeros pasos en Córdoba desde un par de años atrás. Asimismo, el Concejo Deliberante de la Ciudad afrontó recientemente la creación del Instituto de la Diversidad, un espacio singular e inédito de articulación social y cultural.

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