Una Porción de nuestra cultura

. lunes, 22 de septiembre de 2008
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MUSEO DE LA PIZZA


Escribe: Luis Gregoratti

La memoria es una construcción social. No viene a nosotros de manera espontánea, no sucede en la tranquilidad del hogar ni mucho menos como pancho por su casa. Por lo general aparece desde lo problemático y febril, como escribió el poeta, cuando algún hecho del presente la llama. En la últimas décadas se ha logrado otorgar públicamente una real importancia a las acciones, programas y diversos movimientos de reconstrucción de la memoria en el marco que nos gusta llamar “ciudad”. En muchas partes del mundo como en Argentina, aparecieron con habitualidad distintos foros, programaciones, talleres y propuestas en general para transformarse así en espacios de memoria. Tales espacios pueden sostener, planificar y proyectaron las más diversas investigaciones y acciones desde lo social, político y cultural, como una determinación ciudadana a manejar y reconstruir el pasado, lo que es decir a vincularse con su futuro, lo que mejor vale afirmar, a comprometerse con un sentido de futuro. Por eso muchos no vacilan en afirmar que la memoria es un “espacio en construcción” permanente. Esta introducción la sostenemos como la base de una concreción en Córdoba ciudad que alcanza una llamativa particularidad, una rareza se puede decir, y que no es otra cosa que la fundación del Museo de la Pizza, a la sazón un emprendimiento novedoso que encierra múltiples significados en el armado de lo popular como manifestación y testimonio de existencia.

Este museo no sólo que puede evocar y celebrar una gastronomía como alimento literal y metafórico de nuestras identidades, sino que para mejor es capaz de ofrecernos una mirada al momento histórico en el que las capas sociales del trabajo, los sectores populares tomaron la alternativa de abordar su visibilidad en la sociedad, en luchar por imponer el fruto de un siglo de producción cultural y defender el derecho de disfrutar de un tiempo y un lugar en la mayoría de los casos impedido. En efecto, la tradicional pizzería Don Luis, fundada en 1952, se convirtió rápidamente en el epicentro de una masa ciudadana en pugna por una nueva ciudad. Trabajadores de la comunicación, de la salud y del comercio, encontraron en el gran reducto pizzero de General Paz 338 una alternativa para la pausa diaria en su fajina, y una oportunidad digna de salir a comer afuera. La pizza no solo que se desarrolló para mitigar el hambre de los más necesitados, sino que también fue la costumbre que acompañó los “merecidos lujos” de los obreros de ir al cine, al teatro, a escuchar música popular y comer algo en el centro.

Nuestra Argentina es un país devastado por una industria en particular: la industria del olvido. Como se dice, una industria sin chimeneas, pero como expresión cultural de años de políticas neoliberales que la colmaron de pobreza, fragmentación social, que arrasaron los derechos económicos, sociales y culturales de grandes sectores de la población, pero más aun la condenaron a una historia oficial que por negación o por desprecio dejó fuera de nuestro pasado a miles de cordobeses que encarnaron el devenir de esta provincia y del país.

La pizzería Don Luis fue creada por don Miguel Angel Iudicello, un siciliano instalado en pueblo Colón, que se ganó la vida como lechero, y que percibiendo e interpretando las nuevas tendencias manifestadas a partir de las décadas del `30 y fundamentalmente de los `40, se aventuró a fundar un negocio que albergara el arte popular y el humilde placer de una porción de pizza. El primer año, con punto de partida en las noches de carnaval, abrió sus puertas en el local de Obispo Trejo y 27 de Abril, sobre lo que hoy es la Plaza del Fundador. Al poco tiempo se trasladó a General Paz, donde los trabajadores del Correo, carteros, mensajeros, locutores, artistas y figuras de Radio Nacional, médicos y familiares del Policlínico Ferroviario, empleados, puesteros y changarines del Mercado Norte y millones de cordobeses en general, le dieron fama a cambio de un resguardo cálido y sabroso para algunos minutos de sus vidas. Como podemos entender, por aquellos años, los espacios públicos para el diálogo, la polémica, el debate, el entretenimiento, eran sagrados, y la pizza otro tanto. En la actualidad debemos reconocer que nos es más cómodo ver cine en casa, olvidar nuestros sueños a cambio del sueño de un productor de televisión, y pedir pizza por teléfono.

De allí que es altamente valiosa la determinación de abrir el Museo de la Pizza en Córdoba. Es una idea que ha colmado el paladar y la memoria de sabor. Al mismo tiempo, le ha tapado la boca a ese grupo de supuestos paladines de cultura que cada tanto resucitan bajo las cínicas leyes del reciclaje ciudadano –o anti-ciudadano- creyéndose que son los árbitros, comisarios y portadores de las credenciales para dirimir, crear y bendecir las cuestiones de los cultural. Frente a este absurdo que respiramos hay un aroma e idea hecha degustación que se cocina diariamente en la realidad de Córdoba. Con rango de “único en el mundo” y primer en la Argentina. Este museo funciona en el mismo espacio donde su propietario, Pedro Iudicello, armó y comparte el Museo de la Segunda, otro espacio que resguarda objetos que ayudaron a la popularidad de viejos héroes de la diversidad cultural local y que convierte a la pizzería Don Luis en un llamativo y poco promocionado complejo que resguarda nuestro patrimonio.

Inaugurado el 16 de Mayo pasado, el Museo de la Pizza de Don Luis atesora objetos, datos, costumbres, orgullo local y público. Aún conserva las mesadas de mármol, los azulejos y la máquina amasadora de la época de su fundación. Pedro Iudicello, actual propietario del espacio, dice que “uno de los motivos de lugar museístico es mostrarle a la gente cómo trabajábamos en los años 50. Aquí se puede ver la historia en funcionamiento. Trabajadores. Asimismo se pueden apreciar las tablas en las que servían las pizzas, delantales de la época, el histórico horno que produjo durante su existencia más de 7.000.000 de pizzas y que hizo grande a Don Luis, la pala de madera y la histórica bicicleta de reparto con la que La Voz del Interior recordará por siempre a la pizzería en la fotografía que guarda el diario del día 31 de diciembre del año 1999 como ícono de nuestra ciudad en la despedida del siglo pasado. Además se exponen cuadros, fotos vinculadas a la trayectoria del negocio, el tanque y la serpentina que daba agua caliente al local a toda la cuadra. En otra vitrina se aprecia el original organizador de cuchillos de madera, una balanza, una tabla de corte y hasta las particulares saliveras, que se colocaban en el piso al lado de las columnas donde están instaladas tablas en las cuales los clientes apoyaban el plato con su porción de pizza, todos estos elementos se remontan a la década del 50”.

Si bien los debates señalan que la pizza tiene una cuna napolitana, que en sus calles ganó popularidad en los sectores más necesitados con la venta callejera desde 1830, mientras se discute que el chef Raféale Esposito fue el primero que cocinó la pizza tal cual es hoy, al tiempo que unos afirman que la Antica Pizzería Port Alba es la primera de todas en Nápoles, y que otros puntualizan que Gennaro Lombardi fue en 1905 el primero en Nueva York en abrir una pizzería fuera de Italia, sabiendo que es la brasileña San Paulo una de las ciudades donde más pizza se consume (allí se celebra el “Día de la Pizza” con aproximadamente 5.000 pizzerías que despachan varias decenas de millones de pizzas mensuales), sabiendo que en Buenos Aires la tradición pizzera alumbró maestros que luego le dieron el punto a la pizza cordobesa (como el maestro Luis Gavrigelcich o el maestro Osses), sì a pesar de todo eso, Córdoba tiene el primer Museo de la Pizza del mundo. Esta ciudad ha tomado un sentido de memoria por el uso, pues no sirve de nada acudir a un espacio de memoria y no regresar jamás. El olvido es la mayor enfermedad, es el hambre y la desnutrición de nuestras identidades, la carencia de lo que somos. En lugar de eso, buen provecho Don Luis y alimentemos la memoria.

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